Pactos con el diablo: la historia de un ex jefe del poderoso Cártel de Medellín e informante de la DE


“Estás mintiendo”, le dijo el hombre. Carlos Toro echó un trago al vaso de vino e intentó mantener la compostura. Durante años había vivido con el miedo de escuchar aquellas palabras. Era febrero de 2011 y Toro, que por entonces tenía 61 años, había acudido a un elegante asador de Madrid, la idea era compartir una cena entre dos amigos para hablar de negocios. Su interlocutor era un diplomático sudamericano e importante traficante de cocaína que deseaba introducirse en el mercado de la droga europeo en donde podía vender por 40 mil dólares el kilo de cocaína por el que en su país pagaba mil dólares. En el pasado, Toro ocupó un alto cargo dentro del Cártel de Medellín, en Colombia, el cual dominó el mercado global de la cocaína en la década de los setenta y ochenta.

Vestido con chaqueta a medida y unos pantalones a juego y un pelo gris cada vez más débil, Toro parecía de verdad el jefe de un gran cártel. Compensaba una estatura baja y una complexión descargada con un saber estar y un toque de solemnidad. Se había ofrecido para cerrar un acuerdo entre su interlocutor y un empleado de una aerolínea española que se encargaría de transportar la droga entre Sudamérica y Europa a bordo de aviones comerciales.

A lo largo de los dos años anteriores, Toro y el diplomático habían compartido muchas cenas como aquella, llegando a intercambiar detalles íntimos sobre sus vidas privadas y Toro incluso llegó a conocer al hijo menor del diplomático. Sin embargo, todo lo que Toro le había contado era mentira.

Durante más de dos décadas, Toro fue uno de los informantes confidenciales de la Administración para el Control de Drogas de los Estados Unidos (DEA, por sus siglas en inglés), uno de los más efectivos. Pero ahora el diplomático se había tropezado con unas pruebas que lo incriminaban: el contacto de la aerolínea no era real. Cuando el diplomático analizó su correspondencia por correo electrónico descubrió que los mensajes de Toro y del empleado de la aerolínea se originaban desde la misma dirección IP. Si el contacto de la aerolínea era en realidad un español que vivía en Barcelona, ¿por qué aparecía con Toro en Estados Unidos enviando correos electrónicos desde el ordenador de Toro?

“¿De qué estás hablando?”, le contestó Toro en un intento por parecer confundido.

El hombre se puso de pie: “¿Para quién trabajas?” –rugió. “¿Trabajas para la DEA?”. Todo el restaurante se quedó en silencio y Toro entró en pánico. Fingiéndose ofendido por la acusación, salió corriendo hacia el baño desde donde llamó a toda prisa a la embajada estadounidense, con la intención de hablar con su contacto en la DEA.

Pero antes de que Toro pudiese hablar con su supervisor, alguien le agarró del cuello de la chaqueta. Toro se dio la vuelta y se quedó a un palmo de la cara de su asaltante: era el diplomático y le pegó un puñetazo que lo envió al suelo. Intuyendo la pelea, otra persona entró en el baño para poner paz. El diplomático se levantó y ambos volvieron a su respectiva mesa.

El diplomático exigió ver el móvil de Toro sabedor de que el registro de llamadas revelaría el reciente intento de contactar con la DEA; sin embargo Toro se negó e interpeló a su compañero para que le diese su móvil. Cuando lo hizo, Toro cogió ambos teléfonos y los tiró con fuerza al suelo haciéndolos añicos. “No confío en ti, no quiero trabajar contigo. Has dudado de mí. No tengo por qué aguantar esto, he venido desde Estados Unidos para ayudarte. Esto es un insulto”. Le gritó.

Todos los clientes y empleados del establecimiento seguían la discusión. La gente se levantaba, estirando el cuello para ver con sus propios ojos a los dos personajes. Los camareros intentaban calmar los ánimos. El diplomático no tenía ganas de montar un espectáculo, así que decidió abandonar el restaurante. Toro le pidió disculpas al encargado, pagó la cuenta, recogió los pedazos de los móviles y se dirigió a la salida pero antes de llegar a la calle dudó: ¿Qué pasaría cuando saliese por la puerta? ¿Se arriesgaría a encontrarse con un asesino a sueldo o, peor aún, metiesen en un coche por la fuerza para luego torturarlo?

Toro respiró profundamente. Pasaba de la una de la madrugada y el olor a carne a la brasa ahora se confundía con el olor de los productos de limpieza. Empujó la puerta y se encontró al diplomático, que lo esperaba en un banco de metal fuera.

Por un momento, Toro se preguntó si el diplomático estaría pensando en la posibilidad de apretar el gatillo él mismo; pero al parecer la escenita había surtido efecto: el nombre parecía casi arrepentido, sabedor de que tal vez hubiese cruzado una línea roja al culparlo. Le dijo que tal vez el contacto de la aerolínea fuera en realidad el chivato de la DEA.

Toro se despidió fríamente del diplomático y se fue caminando al hotel, asegurándose de que nadie lo seguía. Cuando contactó con su enlace de la DEA recibió las órdenes de desaparecer de inmediato, así que Toro cogió el primer vuelo que salía de Madrid. En apenas unas horas había llegado sano y salvo a Lisboa.

Pronto volvería a los Estados Unidos, a la espera de una nueva misión.

***
Los informantes confidenciales son la columna vertebral de la DEA, y Toro es lo que los agentes llaman un “buen activo”. Ha servido en la DEA durante 27 años y en todo ese tiempo ha ayudado a atrapar a traficantes de armas, falsificadores y narcotraficantes por todo el mundo, entre los que se incluyen los conocidos narcotraficantes del cártel de Medellín: Carlos Lehder y el dictador panameño Manuel Noriega.

Toro testificó contra Noriega ante un tribunal federal y en el 2010, la DEA, en compensación por haber contribuido en aquellos casos lo premió por toda una vida de dedicación. Es uno de los activos más productivos de la DEA que jamás haya dado un paso al frente para contar su historia.

Los encuentros de Toro con los narcotraficantes parecen de ficción. Después de todo, se trata de un hombre que utiliza la mentira para ganarse la vida.

Pero Toro ha hablado con el Huffington Post largo y tendido durante varios meses y ha aportado un gran número de documentos a fin de respaldar sus informes entre los que se incluyen correos electrónicos, fotografías e informes de incidentes de la DEA, entre ellos algunos que detallan episodios como el de Madrid. La siguiente historia se apoya principalmente en aquellas fuentes. (La DEA se negó varias veces a realizar declaraciones y por lo general no habla en público sobre un informante en concreto).

Para Toro, salir en público de esta manera conlleva riesgos obvios pero siente que no tiene otra alternativa. Ahora, con 65 años, está cansado de enfrentarse a criminales peligrosos.

Su salud se resiente y se siente mayor para estar en guardia constantemente y para escapar corriendo por calles oscuras. Ahora quiere jubilarse y vivir los años que le quedan en Estados Unidos acompañado por su familia: Mariana, la que es su esposa desde hace 35 años, su hijo, su hija y su nieto. (Hemos cambiado el nombre de la esposa de Toro a fin de proteger su identidad).

Sin embargo, las intenciones de la DEA son opuestas. Durante los últimos cinco años, la agencia le entregó a Toro un documento de inmigración temporal que le obliga a participar en las investigaciones activas, pero en el caso de que no lo haga su estado de inmigrante expirará lo que podría conllevar su deportación a Colombia, el país de origen de Toro y en donde teme que pueda ser asesinado a manos de los antiguos socios del cártel que él mismo ayudó a poner entre rejas.

En 2012, Alejandro Bernal Madrigal, un antiguo miembro del cártel de Medellín fue asesinado en Colombia un mes después de volver a casa. Alejandro había estado encerrado en una prisión estadounidense por tráfico de droga, pero negoció la sentencia a cambio de testificar contra uno de los principales financieros del cártel.

Las autoridades colombianas creen que se trató un asesinato por venganza.

A fin de evitar ese mismo destino, Toro le pidió a la DEA que le ayudase a obtener la ciudadanía estadounidense o un permiso de residencia permanente lo que evitaría que fuese deportado y acceder a las ayudas federales para las que contribuyó durante toda su vida. Pero según él, la DEA se ha negado a cambiar los términos del acuerdo. Durante años,Toro se había convencido de que se trataba de una relación entre iguales pero ahora se ha dado cuenta de que, a pesar de todos sus logros y de tantos años arriesgando la vida, para la DEA no es más que un pobre idiota del que aprovecharse.

Según expertos en justicia penal y antiguos agentes, la situación de Toro es la misma que la de otros muchos informantes de la DEA. Según un informe del Departamento de Justicia estadounidense del año 2005 se calcula que hay unos 4.000 operativos trabajando para la agencia constantemente. “Las fuentes te encumbren o te hunden”, dijo Finn Selander, un ex agente especial de la DEA y miembro de Law Enforcement Against Prohibition, una organización internacional sin ánimo de lucro que se opone a la guerra contra las drogas. “Lo son todo en la carrera de un agente”.

Según el antiguo agente infiltrado, Michael Levine, los agentes se exponen a una presión enorme para conseguir resultados, y dependen en gran medida de sus fuentes. “A los agentes solo les interesa una cosa y son los números: ¿Qué puedes hacer por mí? ¿A quién me puedes conseguir? ¿Qué información me puedes conseguir? ¿Qué tipo de casos? ¿Hasta dónde puedo llegar contigo?” dijo Levin, quien trabajó en la DEA durante 25 años.

Selander dice que cuando un agente de la DEA tiene influencia sobre un informante, “a falta de un término más políticamente correcto diremos que lo tiene cogido por las pelotas”. Además añade que los agentes a menudo tratan a sus fuentes como “bolsas de la basura” y que no tienen reparos a la hora de explotarlos.

Es una situación en la que el gobierno se guarda para sí todas las cartas, nos dice Alexandra Natapoff, profesora en la Facultad de Derecho de Loyola y experta en informantes dentro del sistema de justicia penal. “Si cometes un crimen te quedas solo”, nos dice. Los agentes se benefician mucho de la información que les pasan las fuentes, pero los propios informantes carecen de protección legal. Natapoff también afirma que en las negociaciones con el gobierno federal, “esos individuos a menudo salen perdiendo”.

***
Toro estaba hablando por el teléfono cuando me abrió la puerta de su hotel en Washington D.C. una nublada tarde de enero. “DEA”, me susurró mientras me señalaba su teléfono. Lo puso encima del escritorio y activó el altavoz como si quisiera confirmarme que era cierto que había una persona al otro lado.

Cuando terminó la llamada, Toro me extendió la mano exhibiendo una deslumbrante sonrisa. Había llegado aquella mañana para contarme la historia de su vida en persona. Iba vestido con un suéter azul con cremallera y unos vaqueros, un conjunto al que, a modo de broma, se refiere como sus “ropas de camello”. Durante las siguientes tres horas y media no dejó de deambular sobre la alfombra gris al tiempo que hacía un retrato al detalle de su vida. Hablaba rápido y con seguridad, sin apenas pausas, algo muy de él. Nos fue fácil ver cómo se había labrado una carrera consiguiendo que la gente confiase en él.

Toro nació en 1949 en la ciudad de Armenia, en el corazón de la región cafetera andina de Colombia. De familia rica, su padre había sido pionero en el negocio de las comunicaciones al fundar una de las primeras estaciones de radio privadas del Toro me cuenta que de pequeño había entablado una estrecha relación con un amigo de la familia llamado Carlos Lehder. Nacieron con pocos días de diferencia, pero en términos de personalidad eran muy distintos. Lehder era un joven rebelde que quería convertirse en uno de los miembros más poderosos del cártel de Medellín. Por su parte, Toro era una persona afable y leal pero mucho más reservada, un trazo que según derivaba de una educación cristiana. De pequeños,

Lehder pasó unos meses viviendo con la familia de Toro, sin embargo, a mediados de la década de los 60 se marchó a Estados Unidos con su madre.

Toro también se marchó a Estados Unidos en el año 1967 para asistir a la escuela preparatoria de Hartford, en Connecticut, en donde aprendió inglés y recibió una educación estadounidense. Luego asistió a la Universidad de Emerson, en Boston, y durante los veranos se iba de gira con la Cruzada Universitaria por Cristo y hacía prácticas con Pat Robertson y con la Christian Broadcasting Network. Al final dejó la universidad para unirse a la CBN y viajar por el mundo trabajando de cámara antes de mudarse a Nueva York a mediados de la década de los 70.

Una vez instalado en Estados Unidos, Lehder aprovechaba cada una de las oportunidades que se le presentaba para intentar apartar a su amigo de un estilo que se encontraba dentro de los márgenes de la ley. Toro recuerda varios encuentros con Lehder, incluidas dos fiestas distintas en el hotel Waldorf Astoria de Nueva York. En 1978, en pleno auge de la cocaína en los Estados Unidos, visitó a Lehder en la suite presidencial del hotel.

Toro relata: “Había 20 prostitutas, una bolsa de un kilo de cocaína en la mesa del centro y un montón de amigos suyos de fiesta, nos pasamos allí unos tres días, ya casi ni lo recuerdo”.

Lehder le explicó a Toro su gran visión sobre una Colombia nueva controlada por el cártel y su imperio de la cocaína. Lehder se encontraba en la cima del mundo, ganaba 2 millones de dólares a la semana y se codeaba con dignatarios extranjeros, primeros ministros y presidentes. Incluso llegó a comprarse una isla en Las Bahamas que el cártel no tardaría en utilizar como punto de lanza para los envíos de cocaína a los Estados Unidos.

Toro visitaba aquellas instalaciones varias veces al año a finales de los 70 y las describió como un enclave en el que rebosaba el sexo y las drogas, custodiado por un pequeño ejército de hombres armados con ametralladoras Uzi y jaurías de perros. Cada vez que iba allí, Lehder insistía para que Toro se uniese al cártel, pero Toro decidió mantenerse al margen de las actividades delictivas de su amigo.

En 1980 Toro se casó con Mariana, una estadounidense con raíces colombianas nacida y criada en Miami. Su primer hijo nació en 1981 y poco después la familia se trasladó de Nueva York a Tamarac, Florida, donde Toro creó una empresa de limpiezas aunque empezó a sentirse atraído por los beneficios que le aportaría trabajar para el cártel.

Un día de 1983, Álvaro Triana, otro amigo de la infancia que por entonces se ocupaba de las finanzas del cártel en Florida se le presentó con una oferta de Lehder. Toro recuerda que Triana, un hombre grande con el pelo rizado y debilidad por el whisky, le dijo: “No tendrás, jamás, contacto con las drogas. No tocarás las drogas. Te necesitamos como relaciones públicas, eres la persona perfecta para trabajar como relaciones públicas. Estamos teniendo problemas a la hora de encontrar pistas de aterrizaje para echarle combustible a los aviones, reclutar pilotos, entrenarlos, comprar aviones y repararlos”.

La oferta haría rico a Toro y además la idea de no tener que ensuciarse las manos le ayudó a auto convencerse. Aun así, Toro no quería contarle a su esposa que se iba a meterse en el comercio de cocaína que por entonces estaba aterrorizando a las localidades del sur de Florida. Por el contrario, le contó que estaban planeando crear una red para vender bienes de lujo franceses de contrabando y que se mudarían a una casa señorial nueva situada en Boca Ratón y que les darían el coche que quisieran. Toro se desentendió de su empresa de limpieza y en unas pocas semanas ya estaba trabajando para el cártel.

Durante los siguientes años, las obligaciones de Toro dentro de la organización aumentaron. Coordinaba los aspectos logísticos en las operaciones de contrabando de cocaína, establecía las rutas de vuelto, cerraba los acuerdos con los líderes extranjeros y pagaba a los pilotos y a los mensajeros. (Años después describió sus responsabilidades y los trabajos internos del Cártel de Medellín en una entrevista en el año 2000). Durante mediados de la década de los ochenta, solían pasar por la casa de Toro unos diez millones de dólares a la semana. Por entonces se había comprado un revólver del calibre 38 que llevaba bajo la chaqueta.

Un día en el que Toro no estaba, Mariana abrió una de las bolsas de lona de color verde caqui que había en el suelo del ático: estaba llena de montoncitos de billetes de cien dólares sujetos con gomas elásticas: un total de 1.2 millones de dólares.

Mariana sospechó que su marido estaba involucrado en algo mucho peor que la venta de Channel No.5 robado. Cuando le pidió explicaciones le prometió que aquel trabajo solo era temporal. Toro afirma que la situación lo llevó a ser insensible al dinero. Le pagaban muy bien y tenía al alcance de la mano todo lo que quería, es por ello que nunca sintió la necesidad de ahorrar. Había pensado en retirarse después de un par de años, pero nunca guardó dinero, ya que asumía inconscientemente que siempre estaría a su disposición.

El respecto por la cadena de mando era un principio ineludible para el cártel de Medellín. Así pues, cuando en 1985 Toro descubrió que Triana no le pagaba a los pilotos se vio obligado a tomar una decisión muy dura: pasar por encima de Triana o arriesgarse a perder unos enlaces clave en la cadena de suministro. Toro se puso del lado de los pilotos, así que contactó con los financiadores del cártel en Colombia, quienes le dieron siete millones de dólares para que realizase los pagos.

Aquel fue el último episodio de una enemistad que no dejaba de crecer entre Toro y Triana, y tal vez Toro debiera haberlo anticipado. Triana era volátil, inseguro e impulsivo; no era el tipo de hombre con el que uno quiere enfrentarse.

A la mañana siguiente, Triana se presentó en la casa de Toro con aspecto desaliñado y agitando una botella de whisky casi vacía. Toro recuerda a Triana gritándole desde el jardín de la entrada cosas como “sal aquí, maldito hijo de puta”.

Triana continuó profiriendo insultos mientras bajaban la calle para ir a la casa de Triana. Una vez en la sala, Triana se sentó en un sillón reclinable y le dio un ultimátum a Toro: tenía 24 horas para marcharse de Boca Ratón y devolverle la propiedad al cártel.

Toro acusó a Triana de haber robado el dinero destinado para los pilotos y le amenazó con contárselo a los jefes del cártel. Triana explotó: “voy a matarte” le gritó mientras sacaba una Uzi de debajo del reposa brazos. Toro sacó su revólver y disparó tres veces, alcanzando en el mentón y en la ingle a Triana, que acabó desplomado en el suelo. El tercer disparo dio contra el techo. “No sé cómo lo hice, no estaba mirando”, recuerda Toro.

Triana estaba vivo y consciente pero perdía mucha sangre. No podía llevarlo al hospital, ya que Triana vivía en los Estados Unidos con una identidad falsa y llevarlo a urgencias podría comprometer todo el operativo que habían desarrollado en Florida. Toro llamó a un antiguo socio y le pidió que mandase a su hijo, un estudiante de medicina. El joven tapó las heridas de Triana y le puso una inyección de morfina mientras Toro intentaba localizar a algún piloto del cártel que se llevase a Triana a Colombia para que pudiese recibir un tratamiento adecuado. En mitad de la noche subieron a Triana en un pequeño avión y lo sacaron en secreto del país.

Toro llamó a Lehder para contarle lo que había sucedido, con la esperanza de que su viejo amigo lo entendiese. Toro recuerda que Lehder le dijo “¿Así que disparaste a uno de mis hombres? Estás muerto”...
 
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