Sinaloa: "El Guero Palma y la TRAICION de Lupita"

De orígenes modestos, El Güero arrancó su carrera asesina como un sicario más a las órdenes del expolicía Miguel Ángel Félix Gallardo, El Padrino, líder del cártel de Guadalajara y protomaestro de los grandes capos. 

Bajo su égida, se establecieron los vínculos con los cárteles colombianos, y el narcotráfico mexicano, súbitamente enriquecido por su control de la frontera con Estados Unidos, tocó el cielo de su poder. 

En ese entramado, El Güero ascendió con celeridad y acabó formando con El Chapo una sólida alianza que cristalizó en el cártel de Sinaloa cuando Félix Gallardo fue capturado en 1989 por el asesinato y tortura del agente antinarcóticos estadounidense Enrique Salazar Camarena.

Encarcelado El Padrino, se desató una ola de violencia extrema. El Güero y El Chapo se enfrentaron a los hermanos Arrellano Félix, del cártel de Tijuana. Matanzas, bombas y decapitaciones se sucedieron.

El país empezó a temblar. En el fragor del combate, los Arrellano Félix se aliaron con el diablo para asestarle un terrible golpe a su principal adversario.

Uno de sus sicarios fue enviado como agente encubierto a las líneas enemigas. Era el venezolano Rafael Clavel Moreno, El Buen Mozo.

Cumplió su misión con creces. Primero, según las versiones policiales de la época, sedujo a la hermana de El Güero, y luego, ya instalado en el círculo más cerrado del poder sinaloense, se ganó los favores de su esposa, Guadalupe Leija.

Con ella, salió del país.

En San Francisco, tras robarle dos millones de dólares, la mató y, en una caja metálica refrigerada, envió su cabeza a El Güero. Quince días después, en Venezuela, sus dos hijos, Nataly y Héctor, de cuatro y cinco años, fueron arrojados por el puente de la Concordia, en San Cristóbal (Tachira). 150 metros de caída libre.

Los tres fueron enterrados en un gigantesco panteón del cementerio de los Jardines de Humaya, en Culiacán (Sinaloa). Un abigarrado fresco los representa con alas de ángel.

El capo de capos, como lo señalan los corridos mexicanos el Güero estaba casado con una hermosa joven, Guadalupe Lejía, y tenía dos hijos de cuatro y cinco años. Como ocurre con todos los capos del narco, el Güero veía poco a su familia, ya que a pesar de los millones de dólares que tenía debía andar a salto de mata, de casa en casa para no ser ubicado por la Policía.

Fue en esas ausencias que el esposo de su hermana, el venezolano Rafael Clavel, alias Buen Mozo, comenzó a seducir a Guadalupe. La esposa del narco se enamoró de Clavel y un mal día sacó varios millones de dólares de la cuenta personal del narco y huyó con Clavel y con sus dos hijos.

El Güero estalló en ira y rompió todo en una de sus casas, pero ni se imaginaba en qué iba a terminar esa historia ni que la traición de su esposa marcaría un antes y un después en la peripecia del narcotráfico mexicano.

En determinado momento, estando en un hotel en Estados Unidos, Clavel dejó los arrumacos de lado y, sin decir agua va, degolló a Guadalupe. Luego metió su cabeza en un recipiente con hielo y se lo envió por correo al Güero. Clavel viajó con los dos hijos de Guadalupe a Venezuela y los arrojó, primero a uno, luego al otro, desde lo alto de un puente conocido como el Viaducto. Y los filmó mientras los nenes caían y se reventaban contra el asfalto. Luego envió la grabación a el Güero, que enloqueció de dolor.

El Güero le devolvió sangre por sangre. Mató a nueve integrantes de la familia de los Arellano, al abogado de Clavel y a tres hijos del sicario. Clavel, en tanto, fue degollado en la cárcel donde estaba, supuestamente por orden del Güero.

La sangre pidió más sangre. Clavel, el amante criminal, fue rápidamente encarcelado en Venezuela. Y allí mismo le asesinaron. Lo mismo hicieron con sus tres hijos, y otros tres cómplices venezolanos, que aparecieron bárbaramente desmembrados.

Luego cayeron el abogado del cártel de Tijuana y cuatro familiares de los Arrellano. La venganza abarcó al menos cinco años. Jamás se ha conocido con exactitud cuántos cadáveres sembró.

En esta espiral de violencia, El Güero se volvió uno de los capos más sanguinarios de México. Aunque no llegó a ser condenado por ello, se le atribuyen la muerte de la activista Norma Corona, una indomable defensora de los derechos humanos en Culiacán, el ametrallamiento en la discoteca Christine de Puerto Vallarta, con 10 víctimas mortales, e incluso el asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo durante un tiroteo en mayo de 1993 en el aeropuerto de Guadalajara.

La muerte del prelado, un asunto que se ha convertido en un misterio histórico, horrorizó a México y obligó a las autoridades a dar una respuesta contundente Y rápida. Apenas dos semanas después, el 9 de junio de 1993, El Chapo fue detenido en su refugio de Guatemala. Entre sus captores figuraba un prometedor militar llamado Otto Pérez Molina, que 20 años después llegaría a presidente de Guatemala y que ahora pena en una prisión castrense por corrupción.

Tras la detención de El Chapo, el cetro del cártel de Sinaloa se repartió entre El Güero e Ismael Zambada.

El primero se quedó con el control de la estratégica frontera entre Sonora y Arizona. Enriquecido y con sus rivales a distancia, vivió sus años dorados. Su suerte se vino abajo cuando el avión con el que se dirigía a una boda en Toluca, al tener que desviarse de su ruta, se estrelló por falta de combustible.

Murieron el piloto y el copiloto. Palma logró refugiarse en una casa de seguridad, pero un operativo militar que le seguía la pista dio con su paradero. Al ser capturado, el terror de México yacía postrado en la cama y en bata.

Tras su condena por narcotráfico, en 2007 fue extraditado a Estados Unidos. Su buena conducta, según el expediente hecho público por las autoridades federales, le ha servido para acortar la pena. El 11 de junio regreso a México, tendrá que decidir su destino.

En prisión se declaró insolvente y su gran compadre está encarcelado en Estados Unidos. Pero fuera, el cártel de Sinaloa se mantiene donde siempre estuvo: en la boca del infierno. Esperándole.
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